domingo, abril 28

cuidaba a sus hermanos, amigazo de su viejo y fana de los autos

A los 19 años, no es habitual que un joven esté tan predispuesto a los quehaceres hogareños. Lautaro Alvaredo (19) vivía con sus padres Diego y Tamara, y como hijo mayor cuidaba a sus cuatro hermanos. Era el hombre de la casa, tomaba las riendas y ayudaba a su mamá, que debía dedicarse a Máximo, de apenas cinco meses.

Había terminado el colegio y quería estudiar administración de empresas, pero debido a necesidades económicas familiares daba una mano «para llevar el mango a casa», dice Camila, su tía. «Trabajaba en un local de productos químicos y ayudaba a hacer el reparto, y los fines de semana se encargaba del sonido de los shows que su padre ofrecía en los bares de González Catán, donde vivían.

Le gustaba la música a Lautaro, y el cuarteto que practican Los Alvaredo, la banda de su papá Diego y sus tíos que tributa a Ulises Bueno, lo estimulaba. «Así empezó a acompañar al padre y les daba una mano con el sonido en cada recital que hacían. Empezó a colaborar tímidamente hasta que se convirtió en uno más del grupo, pero debajo del escenario».

Responsable, solidario, Lautaro no sólo no causaba inconvenientes, sino que «se caracterizaba por solucionar los problemas. Siempre estaba dispuesto. Un pibe sano, viste, casero, que resolvía como un adulto. Cuidaba a sus hermanos y los llevaba o pasaba a buscar cuando era necesario».

Lautaro Alvaredo encontró la muerte en un ámbito que no frecuentaba: el boliche.

Hincha de Boca, futbolero de jugar más que de mirar, «Lauti» tenía fascinación por las tuercas. «Bah, era fanático de los autos, le encantaba ir a muestras, exposiciones y Diego, que es colectivero, le estaba enseñando a manejar». Al chico le gustaba todo el «combo auto», inclusive entendía de mecánica al punto de que su viejo le insistía para que se dedique en profundidad porque «es un oficio redituable».

Tenía su grupo de amigos del colegio y del barrio. Muy querido Lautaro entre los suyos, aunque siempre les rechazaba la invitación a bailar. «No le gustaba ese ámbito, no era de disfrutar bailar, tampoco era de esos pibes que querían encarar a alguien… Era de otro ambiente, prefería tomar algo de día, a tomar cerveza de noche, por eso es increíble lo que pasó. Justo que aceptó ir, se encuentra con este asesino».

Camila, su tía, lo vio el miércoles pasado por última vez, «en un picado futbolero familiar. Estaba tan contento». Reflexiona la mujer y se despacha sin miramientos: «En estos momentos me parece lo más razonable volver a los tiempos primitivos del ojo por ojo. Porque no es justo, la vida no es justa, el cerebro de mosquito de un pibe que le pega a otro hasta matarlo. Padres que tienen que sufrir semejante pérdida. Espero Lauti que dónde estés el mundo sea un poco mejor que este de mierda».

Las paradojas de la vida. Diego, el papá, lo estimuló a ir con sus amigos a bolichear como «premio» a su constante colaboración. Le insistió de buena onda, al punto de decirle que fuera y volviera en taxi. Lautaro agarró viaje, finalmente era una salida con sus amigos de la vida. «No fue desgracia ni fatalidad, fue un asesinato, pero estaba marcado el destino, porque la verdad es que no se entiende que a él le pasara esto», dice un amigo de la familia, intentando encontrar alguna explicación.