viernes, mayo 3

Desconectarte con la realidad | Panamá América

Hay personas que viven en una burbuja de cristal, alejados de todo contacto con la realidad, embebidos en su celular sin seleccionar lo que ven, o abstraídos en películas y novelas, sufriendo lo que interpretan personajes ficticios, llorando o alegrándose de situaciones irreales.

Inclusive hay personas ocupadas en sus nimiedades, en su minúsculo universo, enfrascados en sus supuestas enfermedades, absurdas preocupaciones donde es más importante la rasquiña que sufre la mascota, o la prenda de vestir que se manchó con el café, que la viudez y orfandad en que quedaron sus vecinos, ahora desamparados, al morir el padre de familia. Están más ocupados en el drama del divorcio de un famoso cantante, que el familiar hospitalizado del cual nunca sacan un tiempo para ir a ver.

A esta indiferencia y ceguera se debe en parte el drama del hambre y desamparado de millones de personas. Porque si este tipo de personas, que pueden ocupar cargos importantes en todos los ni veles de la sociedad, o simplemente viviendo en barrios donde ejercen cierta influencia, mucha o poca, pudiendo hacer algo no lo hacen, son en parte causantes del dolor del mundo. Porque si cada uno se ocupara de atender bien el radio de acción que tiene oportunidad de tener, siendo solidarios con los demás, este mundo cambiaría.

La indiferencia ante el dolor humano, el no ser buen samaritano ante el drama de los demás, el pensar solo en lo de uno, el encerrarse en sí mismo, además de empobrecer humanamente a las personas, impide que se puedan intercambiar recursos, compartir mejor los bienes de la sociedad, y hacer de este mundo, un lugar mejor para vivir.

El no compartir de manera racional, justa, caritativa, los bienes que Dios nos ha dado con los que lo necesitan, en el fondo es robar un recurso que pertenece al mismo Dios, y que él nos dio para administrarlo. No somos dueños absolutos de los bienes de la tierra; nadie lo es.

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Sólo Dios lo es. Bendito sea el Señor que nos dio inteligencia y energía, dones específicos para obtener bienes y administrarlos bien dentro del marco de la propiedad privada.

Pero según el evangelio, el ver al pobre que tiene hambre o sed, que le falta ropa, está enfermo, en la cárcel, sufre de soledad o cualquier otro mal, y no atenderlo, es despreciar al mismo Cristo que está en ellos. En cambio, el ayudarlos de acuerdo con nuestras posibilidades nos garantiza nuestra salvación según el mismo Señor. Está claro en la Palabra: «Ven conmigo porque tuve hambre, porque tuve sed…».

Es cuestión de sensibilidad, ponerse en los zapatos del sufre, preguntarse qué me hubiera gustado a mí me hicieran, si estuviera en esas circunstancias.

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